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La culpa nunca es innata, se trata de un producto del aprendizaje. Cuando nuestros padres, aun con las mejores intenciones, no nos validan tal como somos y pretenden torcer nuestra conducta para conducirla a “lo que corresponde”, incorporamos la idea de que está mal ser como somos y comenzamos a embarcarnos en ser otro, a acercarnos a aquel que nuestros padres dicen que debemos ser.
Niños y niñas reprimidos
Por ejemplo, cuando antaño les decían a las niñas que no podían jugar a la pelota, hacerlo a escondidas provocaba en ellas un sentimiento de culpa por no comportarse como se les había indicado.
Otro ejemplo es la prohibición de llorar a los hombres. Esta prohibición es doblemente dolorosa para los niños. Por un lado, el tener que omitir el desahogo que produce llorar cuando se necesita. Por otro, llorar sabiendo que "eso no está permitido". Esto conduce a una carga en la psique masculina, pues estos hombres aprenden a no conectar con sus sentimientos, para que no aparezca la necesidad de llorar, y extienden la censura a todo sentimiento de ternura, porque "eso no es cosa de hombres”.
Detectar la culpa
El principal rasgo de la culpa es el malestar que provoca, con mayor o menor intensidad. Cuanto más culpables nos sintamos, más nos costará tomar decisiones, nos sentiremos más limitados y seremos más injustos con nosotros mismos. Este sentimiento tiene forma de bucle, pues nos culpamos y culpamos sistemáticamente: la culpa atrae más culpa.
La culpa busca razones, busca culpables, va a buscar la lógica, crea una víctima, e incluso puede sentir rabia. Nos instala en un sistema viciado de culpas; por lo tanto, si no las hay, las inventamos. Cuando lo que creemos no se iguala a lo que nos han inculcado, nos sentimos mal; sin embargo, cuando actuamos según nuestras propias creencias (las que hemos fabricado nosotros mismos, cuestionando las recibidas) el sentimiento de culpa no tiene cabida.
Una actitud responsable
El antídoto de la culpa es la responsabilidad. Quien comienza a edificar sus pensamientos desde la responsabilidad, va eliminando de su vocabulario la palabra "culpa".
Cambia el “veredicto” de culpable a responsable. Imagina el poder que tendría en la vida jurídica real el cambiar estos dos nombres: De "Se le declara culpable de…” a "Es usted responsable de…. ”. En esencia, el responsabilizarse predispone a solucionar, a enmendar, a ejercer una acción reparadora; mientras el culpabilizarse tiende a hacer que uno se retire, que agache la cabeza y atraiga más de lo mismo.
La palabra "responsabilidad" invita a fijarse en los aciertos y a potenciarlos. Facilita mucho la distancia de la tozudez a la tenacidad: una persona responsable es tenaz, se fija un objetivo y no crea obstáculos, no se pierde de su meta a mitad de camino. Aquella persona que se muestra tozuda no invierte su tiempo en sentirse bien, más bien lo ocupa “mareando la perdiz”, por lo que acaba en un lugar que no se parece en nada a lo que había deseado.
Víctimas y mártires
Nos han educado en un sistema validado de culpas. Estamos tan acostumbrados a vivir en la culpa, que nuestro detector interno ya no la advierte como un virus extraño, tiene las puertas abiertas. Nos es tan familiar que forma parte de nuestro sistema.
Si vives el presente te darás cuenta de que tus culpas corresponden, en buena parte, al pasado. Lo que ocurre es que las vas arrastrando y permitiendo que te acompañen en tus excursiones por la vida. Este activo bloqueador de nuestra paz interior se presenta en dos formas: víctimas y mártires.
Las víctimas son aquellas personas que suelen sentirse culpables por todas sus acciones. Son apocadas, tristes, se esconden, llaman a su verdugo para continuar nutriéndose del "premio" de la culpabilidad: alejarse de su propio ser, negarse. Se someten a otros para que éstos sean los “culpables” visibles, los motivan e incitan. Socialmente pueden provocar lástima.
Los mártires utilizan la culpa como su sistema de defensa: todo el mundo tiene la culpa... menos ellos. Tienen una imagen pública de luchadores, emprendedores, muy escénicos y ruidosos, a quienes no les gusta pasar desapercibidos. Ellos resuelven “su injusticia” culpando a diestro y siniestro, sin una palabra de solución ni deseo de reparación. Se ofuscan y alimentan el problema, lo hacen mayor.
Respetar a los demás es parte de tu responsabilidad. Antes de culpar, párate a pensar si dispones de toda la información al respecto, piensa que dejar de pretender tener la razón equivale a bajar del pedestal de juez que a veces llevamos dentro.
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