Ese tesoro al que todos nos agarramos con fuerza y luchamos en su nombre, en realidad, lo podemos relativizar, cuando poneos en nuestra conciencia, como si fuese sobre una báscula de las antiguas de dos platos, la verdad o nuestros valores. Esa parte que nos humaniza más allá de los condicionamientos sociales y nos permite vibrar en más alto nivel. Ese nivel donde equilibramos el Ser con el Hacer, la tangible con lo intangible y aceptamos todos los colores más allá del arco iris.
Os cuento el mito de la Verdad, para profundizar un poco en el tema y llevarnos más fluir en nuestras opiniones diarias, sin la necesidad de encararnos o tragarnos aquello que nos lleva a separarnos de ese mar que, en realidad lo formamos gracias a cada uno de nosotros, nuestra gotita única e intransferible.
Un lugar donde los dioses escondieron la Verdad
Una vieja leyenda cuenta que al principio existían los dioses y que cuando la Nada infinita comenzó a aburrirlos decidieron crear el universo.
Del vacío atemporal crearon galaxias con millones y millones de estrellas y llenaron la oscuridad con soles, planetas y lunas.
Y en uno de estos planetas crearon el fuego y los mares, el cielo y la tierra, y después montañas y valles que adornaron de plantas y animales.
En el último día crearon seres humanos a semejanza de ellos. Y ya al final, cuando todo parecía acabado, crearon la Verdad.
Pero a ninguno de ellos se le ocurrió un lugar adecuado para esconder el tesoro más valioso de todos, allí donde estuviera tan seguro que para alcanzarlo los humanos tendrían que buscarlo con perseverancia. La Verdad debía de ser para todos los tiempos un bien valioso y precioso.
“Dejadnos llevar la Verdad a la estrella más lejana”, dijo uno; “allí nadie la encontrará por casualidad”.
“Mejor todavía sería sumergirla parte por parte en los abismos más profundos de los mares”, objetó otro.
“¿Por qué no la ocultamos en las cuevas glaciales de las montañas más elevadas o en los lejanos y solitarios desiertos?”, sugirió un tercero.
Al final, el más anciano y sabio de ellos tomó la palabra:
“Escuchad”, dijo: “vamos a esconder la Verdad donde menos se espera que pueda estar. La dividiremos en varias verdades y depositaremos un trozo de ella en el corazón de cada uno de los hombres. La buscarán en lo infinito del universo; bucearán por ella en los abismos más profundos y la querrán cazar metódicamente en el mundo de las ilusiones. Pero un buen día, quizás después de mucho buscarla y de muchos fracasos, se darán cuenta de que la Verdad no existe. Y encontrarán sus propias verdades dentro de sus corazones”.
Por la verdad estallan guerras. Por la Verdad fracasan amistades. Para lograr el triunfo de su Verdad combaten hijos contra padres. La Verdad, sin embargo, se muestra de diversas formas y existen tantas verdades como opiniones diferentes puedas hallar en el mundo.
Tomamos como Verdad todo aquello que sea objetivamente demostrable, como que la Tierra sea redonda, o todo aquello que procede de una cultura como, por ejemplo, que el cuerno pulverizado del rinoceronte aumenta la potencia sexual de los varones. Y también hay una verdad subjetiva que resulta de nuestras opiniones personales.
Para nuestros tatarabuelos era verdadero y correcto todo lo que emanaba del emperador o todo lo que decía el cura en su homilía. Para nosotros, los bisnietos, la Verdad es ahora mucho más difícil de definir. Prácticamente cada día los físicos, biólogos o astrónomos descubren nuevas verdades sobre la vida y el universo. Hasta hace pocos años una de las verdades físicas era que un onda era una onda y que la partícula sólo podía ser una partícula. Entretanto, sabemos que una onda puede ser una onda, pero también puede ser una partícula. Lo que en el momento es la verdad, onda o partícula, depende del enfoque de concentración del observador. (Principios de física cuántica)
En el ámbito de las verdades personales sucede lo mismo. La Verdad es lo que yo creo, nada más. Si crees que tu cuerpo es demasiado “exuberante”, ésa es tu Verdad, a pesar de que tu novio te asegure que a él, justamente esa exuberancia, le parece erótica y apetecible. Si crees en la reencarnación, otra persona escéptica no te convencerá de lo contrario, aunque ni tú ni ella sabéis lo que sucederá con nosotros después de la muerte.
La Verdad es subjetiva, y se ha transformado muchas veces a lo largo de los siglos. Una mesa contiene materia sólida y si me doy un golpe contra ella me duele y puede llegar a producirme un hematoma. Esto es verdad desde que existen mesas y humanos. Sin embargo, desde el punto de vista de la física, la mesa tiene más espacios vacíos que materia sólida y ésta es la verdad en un ámbito subatómico. Al menos esto es lo que sostienen los científicos. Para un monje tibetano el universo está poblado de demonios, seres elementales y dioses; no obstante, un hombre razonable del hemisferio occidental sólo puede sonreír con indulgencia ante tanta superstición.
En el ámbito religioso y filosófico una supuesta Verdad se convierte en un modelo universal, que es, indudablemente para mi, el más obvio y el más lógico. Unos llaman a su Verdad Tao, otros Dios, Creador, Gran Espíritu, lo Absoluto o la Nada, y otros Big Bang, pero detrás de los muchos nombres y de las muchas religiones se oculta lo Uno inexplicable, aquello de lo que tuvieron que surgir el Creador, lo Absoluto, el Gran Espíritu o el Big Bang.
Nuestra búsqueda de la Verdad y el sentido de la vida se reflejan, en el quehacer cotidiano, en señales tan importantes como el amor, el dinero, el poder, el prestigio, la humildad o el conocimiento.
Hay personas que tienen como único fin en la vida el de cuidar su coche; otros, sin embargo, quieren llevar a cabo algo grandioso y único. No faltan los que creen que la verdadera obligación en la vida es el amor, aunque tampoco escasean los que sostienen que en realidad todo gira alrededor del dinero y del poder. También encontramos personas que le dan la espalda al mundo y buscan su Verdad en el retiro de un convento.
Pero ¿cuál es la auténtica Verdad? La próxima vez que discutas con alguien para establecer quién tiene razón, la próxima vez que creas que tu verdad es la mejor, o te burles de la creencia de otra persona, recuerda simplemente que ola Verdad está repartida entre los humanos y que puedes encontrar una parte de ella en cada uno.
Fuente: Mandalas. Fuerza para el alma y el espíritu.
Marlies y Klaus Holitza
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fina (martes, 24 marzo 2015 23:17)
La verdad,o razón usada para posicionarnos,para ser más...más que? creando una lucha de poder.
Una frase que me encanta es:" La razón para ti, que yo deseo ser feliz".
Buena reflexión, ¿cuál es la verdadera, verdad?
Hay tantas verdades, como seres humanos, tantas formas d pensar distintas. Lo más triste es que con la verdad de otros nos sintamos, a menos, despreciados, o sin razón. (menudo pensamiento hacía nosotros mismos).
Que tal, si aprendemos a respetar la verdad de los demás, sin personalizar?
Gracias, por este artículo y por permitirme opinar.
Saludos y abrazos
tuacierto (miércoles, 25 marzo 2015 00:11)
Ciertamente, Fina, estoy muy de acuerdo contigo. Somos seres sociales, disfrutamos del derecho de la inteligencia lógica, la que maneja lo que llamamos "razón", es decir, el constructo de nuestro cerebro nos permite racionalizar las cosas. Sin embargo, no lo utilizamos en equilibrio con el resto de nuestras inteligencias, como la física, la social, la intuitiva o la emocional, con lo que a veces, actuamos en menor nivel que nuestros queridos compañeros los animales. De quienes decimos, como en el caso de los caninos, que son el mejor amigo del hombre. Y es que ellos se rigen por esas otras inteligencias que nosotros vamos ninguneando, y no se apoyan en esa razón que tantas veces no permite nuestra mejor postura ante la vida.
Muchas gracias por tu comentario y un fuerte abrazo!