La esencia maravillosa

Mujer feliz en la playa

Hablemos sobre el ser esencial: nuestra verdadera identidad, la cual se encuentra sepultada por capas y capas de condicionamiento. Es la semilla con la que nacimos y que contiene la flor o fruto que somos en potencia. El ser esencial es el lugar en el que residen la felicidad, la paz interior y el amor, tres cualidades de nuestra auténtica naturaleza, las cuales no tienen ninguna causa externa; tan sólo la conexión profunda con lo que verdaderamente somos. 

En el ser también se encuentra nuestra vocación, nuestro talento y, en definitiva, el inmenso potencial que todos podemos desplegar al servicio de una vida plena, creativa y con sentido. Es sinónimo de dicha, presencia y consciencia. Cuando reconectamos con el ser disponemos de todo lo que necesitamos para sentirnos completos, llenos y plenos por nosotros mismos. Entre otras cualidades innatas, nos acerca a la responsabilidad, la libertad, la confianza, la autenticidad, el altruismo, la proactividad y la sabiduría, posibilitando que nos convirtamos en la mejor versión de nosotros mismos. 

 

Me gustaría, en este punto, hacer hincapié de esa frase, actualmente tan trillada: "ser nuestra mejor versión".  En realidad, siempre somos nosotros mismos, sin embargo, cuando estamos en tal estado emocional que nos parecemos a Mafalda cuando se levanta con los pelos de punta como habiendo puesto los dedos en el enchufe eléctrico, creemos que eso es un rastro nuestro, que no somos. Casi que es así, pero sí que somos, seguimos siendo nosotros, pero en una versión más de escondernos, dejar de relacionarnos (podemos morder o crear un pollo en cero coma,...) y realizar las respiraciones necesarias para salir de ese estado tan poco agradable. Si le ponemos un poco de humor, que siempre sienta bien para bajar peso a las situaciones, podríamos decir, cuando nos sentimos una persona maravillosa: "esta soy yo, Xxxxx", cuando estamos en la otra punta, la del ego cavernícola, podemos decir, "esta especie de engendro pretende reemplazarme", ¡ya se puede ir por donde haya venido!

 

Del mismo modo que sabemos cuando estamos enamorados, sabemos perfectamente cuando estamos en contacto con el ser. No tiene nada que ver con las palabras, la lógica o la razón. Más bien tiene que ver con el arte de ser, estar y relajarse. Y con la sensación de conexión y unión. Al regresar al lugar del que partimos y del que todos procedemos, experimentamos un punto de inflexión en nuestra forma de comprender y de disfrutar de la vida. Empezamos a vivir de dentro hacia afuera. Y por más que todo siga igual, al cambiar nosotros, de pronto todo comienza a cambiar. Sabios de diferentes tiempos lo han venido llamando «el despertar de la consciencia». 

 

Mujer en campo con girasol

El viaje del autoconocimiento consiste en trascender el ego para reconectar con la esencia que verdaderamente somos y donde se encuentra la felicidad, la paz y el amor que equivocadamente buscamos afuera.

Los seres humanos nacemos en la inconsciencia más profunda. Ningún bebé puede valerse por sí mismo. Depende enteramente de otros para sobrevivir física y emocionalmente. Tanto es así, que pasarán muchos años hasta que cuente con un cerebro lo suficientemente desarrollado como para gozar de una cualidad extraordinaria: la «consciencia». Es decir, la habilidad de elegir cómo pensar, qué decir, qué comer, cómo comportarse y, en definitiva, qué tipo de decisiones tomar a la hora de construir su propio camino en la vida.

Y no sólo eso. Dentro del útero materno, el bebé se siente conectado y unido a su madre y, por ende, a todo lo demás. Sin embargo, nada más nacer se produce su primer gran trauma: la separación de dicha unión y conexión con su madre –y con todo lo demás-, perdiendo por completo el estado esencial en el que se encontraba. De pronto tiene frío y hambre. Y necesita seguridad y protección. Para compensar el tremendo shock que supone abandonar el cálido y agradable útero materno, el bebé comienza a sentir una infinita sed de cariño, ternura y amor.

La mayoría de heridas que nos hacemos se regeneran con el paso del tiempo. Curiosamente, el trauma generado por el parto es tan brutal, que como recuerdo nos queda una cicatriz -coloquialmente conocida como «ombligo»-, la cual perdura en nuestro cuerpo para la posteridad. Parece como una señal que nos recuerda aquello que hemos perdido. O dicho de otra manera: aquello que necesitamos recuperar para volver al estado esencial de unión y conexión que en su día todos experimentamos.

Sea como fuere, desde el mismo día de nuestro nacimiento, cada uno de nosotros hemos ido perdiendo el contacto con nuestra «esencia», también conocida como «ser» o «yo verdadero». Es decir, la semilla con la que nacimos y que contiene la flor somos en potencia. La esencia es el lugar en el que residen la felicidad, la paz interior y el amor, tres cualidades de nuestra auténtica naturaleza, las cuales no tienen ninguna causa externa; tan sólo la conexión profunda con lo que verdaderamente somos. En la esencia también se encuentra nuestra vocación, nuestro talento y, en definitiva, el inmenso potencial que todos podemos desplegar al servicio de una vida útil, creativa y con sentido.

Extracto del artículo de Borja Vilaseca, experto en eneagrama. Si deseas seguir leyendo, aquí te incluyo el enlace.

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