Erase una vez la hija de un viejo hortelano que se quejaba constantemente sobre su vida y sobre lo difícil que le resultaba ir avanzando. Estaba cansada de luchar y no tenía ganas de nada; cuando un problema se solucionaba otro nuevo aparecía y eso le hacía resignarse y sentirse vencida.
El cambio es inherente al ser humano. Resistirse nos trae flaco favor. Cuando somos pequeños, el cambio es agradecido y bienvenido, se traduce en crecer, experimentar y aprender. Lo vemos natural, igual que sonreír, disfrutar y pasárnoslo bien, ser felices. Parece que sea, en esos inicios de nuestra vida, nuestra prioridad. Sin embargo, a medida que acumulamos años biológicos, a veces, nos dejamos llevar por una negatividad hacia esos cambios. El protagonista y responsable de ello suele...